“Prepare for the unknown by studying
how others in the past have coped with the unforeseeable and the
unpredictable.”
«Prepárate para
lo desconocido estudiando cómo en el pasado otros han lidiado con lo
impredecible y lo imprevisible.»
George S. Patton
tra noche más. Solo hacía una semana que Richard Rowland había sido
nombrado inspector de policía y ya odiaba el cargo. No había entrado en el
cuerpo para pasarse el día sentado en la mesa de su despacho rellenando
papeles, si no para resolver crímenes, atrapar malhechores. Sin embargo, estos
momentos era él quien estaba atrapado una vez más bajo una pila de documentos.
No puedo más, se dijo a sí mismo. Acto seguido,
guardó los papeles en el primer archivador que encontró, recogió la gabardina
del perchero, apagó las luces y se abalanzó hacia la salida.
En cuanto puso un pie fuera de la comisaría y
respiró el frío aire nocturno, sintió que empezaba a recuperar la energía. Si a
sus treinta y dos años este cambio empezaba a consumirle, ¿qué sería de él
pasada una década? No había trabajado tan duro todos estos años para
desaparecer poco a poco perdido en un mar de papeles.
Tras un suspiro, se puso la bufanda y los guantes
y bajó los escalones de la entrada. Al bajar el último, dirigió la mirada al
cielo nocturno de Londres. La imagen que tenía ante sus ojos le dejó helado:
una luna enorme, brillante y espectral reinaba en la fría noche del primero de
octubre.
Richard no era un hombre supersticioso, nunca lo
había sido, pero por alguna extraña razón esa amenazadora visión nocturna le
puso la carne de gallina. No se lo pensó más, expulsó con determinación esa
angustiosa sensación que le atenazaba la garganta y se dirigió a casa
escudriñando todos los callejones oscuros a la espera de que algo maligno se
abalanzase sobre él.
Aquella noche una sucesión de pesadillas le
asaltaron sin piedad desde que se acostó, a las tres de la madrugada, hasta que
el despertador le arrancó súbitamente de ellas. Sudoroso y jadeante, permaneció
en la cama con el corazón latiéndole violentamente en el pecho hasta
encontrarse con fuerzas para levantarse e ir a trabajar.
En cuanto entró en la comisaría aquella mañana,
supo que algo iba mal. Esquivando adormilado a policías uniformados que volaban
de un lado a otro con la ansiedad pintada en el rostro, Richard se dirigió a su
despacho en busca de su segunda taza de café, con la que esperaba despertarse.
La cafetera acababa de exprimir la última gota de aquel brebaje prodigioso
cuando un joven agente pelirrojo y pecoso entró de improviso en su despacho.
—Richard, tienes que venir. Es urgente. —Cualquier
otro inspector se habría enojado por aquella forma de entrar en su
sanctasanctórum, pero a Richard le reconfortó ver que su ascenso no había
disminuido aquella confianza y camaradería que siempre había existido entre él
y Warren MacAvoy, su antiguo compañero.
—Supongo que será por lo mismo por lo que media
comisaría está revoloteando de aquí para allá a las ocho de la mañana. ¿Qué ha
ocurrido? ¿un robo? ¿una desaparición? ¿un secuestro? —preguntó a su viejo
amigo mientras soplaba en la taza de café antes de beber un sorbo.
—No, un triple asesinato. Esta noche. —Richard se
quedó mirando atónito a su camarada, con la taza a medio camino, sin terminar
de creer lo que acababa de oír.
—¿Un asesinato?
—Tres.
—¿Cómo…? ¿Quién…?
—Al parecer las tres eran prostitutas de
Whitechapel. En cuanto a los pormenores, había pensado en recogerte de camino
al laboratorio forense e informarte por el camino… si no te importa que te
acompañe, inspector. —Terminó Warren con una media sonrisa.
Richard sonrió tristemente a su vez, se bebió el
café de un trago sin recordar que aún estaba caliente y ambos se dirigieron al laboratorio
de criminalística.
En cuanto se bajaron del coche patrulla, un médico
se dirigió hacia ellos.
—¿El inspector Rowland? Soy el doctor Warner, del
laboratorio forense. ¿Le han informado ya de lo ocurrido?
—Sí. El agente MacAvoy, aquí presente, me ha
informado durante nuestro trayecto al hospital. Hacia las tres y media de la
madrugada, un agente descubrió el primer cuerpo en Rood Lane. Media hora más
tarde, un barrendero descubría el segundo, oculto entre la hojarasca en Hanbury
Street. Finalmente, al cabo de dos horas, recibimos en Comisaría la llamada de
un vecino de Kennet Street, quien había descubierto el tercer y último cuerpo
al salir a hacer footing por su recorrido habitual. ¿Ha tenido tiempo de
realizar un análisis preliminar?
—¡Ah! En efecto —respondió el médico con un
suspiro—, y los resultados son realmente escalofriantes.
—¿Escalofriantes? ¿A qué se refiere?
—Por favor, tengan la amabilidad de acompañarme al
laboratorio, allí estaré en mejores condiciones de presentarles el primer
análisis.
Richard cruzó una mirada preocupada con Warren y
ambos siguieron al forense lamentando haber deseado tan fervientemente que se les presentase algún
caso que les sacase de su monótono día a día.
El laboratorio forense lo conformaban una serie de
salas grises a cada cual más fría y con mobiliario de acero. Se detuvieron en
la tercera, en cuyo centro habían dispuesto tres mesas de tanatopraxia sobre
las que descansaban tres cuerpos tapados con una sábana.
—De momento mi equipo y yo nos hemos limitado a
analizar los rasgos más señalados y a aventurar la causa de la muerte a través
de ellos. Los tres asesinos comparten el mismo modus operandi frío, calculador
e increíblemente experimentado. De no ser por la distancia entre los tres
puntos y el tiempo que se tomó en ello, diría que se trata de una única
persona.
—No uno, si no tres asesinos, y con el mismo modus
operandi. ¿Cree que estamos ante una organización criminal? ¿Asesinos
experimentados que pudiesen tener algún asunto pendiente con las víctimas?
—Me temo que no, inspector. Me inclinaría a pensar
en una organización de tráfico de órganos, aunque aún así es muy extraño.
—¿Tráfico de órganos? ¿Me está diciendo que tres
personas asaltaron a tres prostitutas en pleno Londres y les extrajeron los
órganos? ¿Sin que nadie notase nada hasta descubrir los cuerpos?
—Eso es lo más impresionante, inspector. Aún no he
podido explorar debidamente los cadáveres, pero creo que los asesinos
utilizaron alguna clase de sustancia para dejar inconscientes a las víctimas
antes de iniciar la extracción. —Se acercó al primer cadáver, bajó la sábana
hasta las rodillas y expuso los resultados del análisis a los dos policías. —
La primera víctima, la mujer que encontraron en New Street, es una mujer de unos
30 años aparentemente sana. No tuvo ninguna relación sexual reciente. Tampoco
presenta signos de violencia ni de lucha, por lo que seguramente el asesino la
sorprendió y la dejó inconsciente con algún tipo de droga. No hemos encontrado
ningún trauma en la cabeza o en el cuello. Sin embargo, como pueden observar, fue
degollada; aunque por el aspecto de la herida, este hecho tuvo lugar después de
la extirpación, ya muerta. Dicho proceso de
extirpación se realizó desde una incisión en el lado izquierdo del abdomen, y
según el escáner, fue un proceso extraordinariamente limpio en el que se
extrajeron varios órganos. Solo se llevaron los intestinos. Detectamos el mismo modus operandi en la segunda
víctima, la mujer de Hanbury Street, salvo por el hecho de que esta vez se
llevaron sus pulmones. Y por último, mismo proceso en la tercera, la joven de
Buckle Street, para la obtención del hígado.
—Tenemos por lo tanto tres mujeres, prostitutas,
asaltadas de repente en medio de la noche y a las que extrajeron un solo órgano
después de haberlas dejado inconscientes con alguna droga. Después, finalizado
el proceso, las degollaron. No se trata solo de tres asesinos metódicos y con
increíble sangre fría, sino también con amplios conocimientos quirúrgicos.
¿Correcto, doctor?
—En efecto, así es.
—Richard, no estarás pensando en lo mismo que yo,
¿verdad?
—Eso me temo, Warren. Tenemos un grupo de
imitadores que parece querer sembrar el pánico en la ciudad.
—¿Imitadores? ¿De quién?
—De Jack el Destripador, el hombre que asesinó a
todas aquellas mujeres en el siglo XIX en el distrito de Whitechapel.
—¿Están seguros? Creía que solo era una leyenda.
—Es el mismo barrio, las mismas víctimas y el
mismo procedimiento. Nunca se resolvieron los crímenes. Se atraparon a muchos
criminales, pero en el mejor de los casos eran solo imitadores. Y parece que
ahora vuelven a repetirse. Tenga la bondad de avisarme en cuanto tenga el análisis
completo. Ahora, si nos disculpa, tenemos que volver a Comisaría.
En cuanto volvieron a la comisaría por la tarde,
la noticia ya había salido en los periódicos, y el revuelo que había causado se
podía sentir en todo Londres. Desde el Daily Mirror al Times, el regreso de uno
de los asesinos más famosos del mundo acaparaba todas las portadas. La prensa no
escatimaba en los detalles del triple asesinato de esa madrugada, a quien
atribuía un solo autor, y los periódicos más imaginativos describían con todo
detalle desde la fisionomía del asesino al parentesco de éste con el Jack el
Destripador de finales del siglo XIX.
El resto del día, Richard se encerró en su
despacho para revisar las bases de datos informáticas en busca de los archivos
policiales y los artículos de prensa relativos a los asesinatos del Destripador,
desde los primeros en 1888 hasta los últimos en 1891. Fue así como pudo
descubrir los fallos de este imitador del Asesino de Whitechapel. Según el CID,
el Departamento de Investigación Criminal, el verdadero Destripador
estrangulaba, degollaba, mutilaba y después extirpaba los órganos de la víctima
y le infligía numerosas lesiones en la cara. Sin embargo, en estos asesinatos
los cuerpos no eran estrangulados ni mutilados, y tampoco se parecía seguir el
mismo orden de procedimiento. Por otra parte, al contrario de lo que en esos
momentos se estaba viviendo, Scotland Yard recibió en aquella época varias
cartas redactadas supuestamente por el asesino, en las que se describían fielmente
algunos de sus asesinatos.
Evidentemente, alguien quería llamar la atención
de los medios con sus asesinatos, pero, ¿estaban ante tres dementes imitadores
del tres al cuarto o ante algo más? Una de las características más personales
de los asesinatos atribuidos a Jack el Destripador era la gran violencia con la
que se llevaba a cabo el asesinato, y en cambio, los de esa madrugada eran
simplemente un trabajo limpio que nada tenía de violento. Por otra parte,
también difería la extracción de un solo órgano en cada crimen, lo que
descartaba la implicación de una mafia que traficase con ellos. ¿Para qué
extraer uno en especial de cada víctima?
Al caer la noche, Richard estaba convencido de que,
sin lugar a dudas, había algo más que de momento parecía oculto. Si los
asesinos querían llamar la atención reproduciendo los crímenes de Jack el
Destripador, ¿por qué no reproducir su misma violencia? Porque quería llamar la
atención en su justa medida para desviarla de otra, ¿tal vez los órganos? Era lo
único de valor que se llevaron los asesinos.
Conforme avanzaban las horas, Richard estaba cada
vez más perdido y confuso.