lunes, 30 de septiembre de 2013

Las puertas de Samhain - CAPÍTULO 1. LA LUNA DE COSECHA


“Prepare for the unknown by studying how others in the past have coped with the unforeseeable and the unpredictable.”
«Prepárate para lo desconocido estudiando cómo en el pasado otros han lidiado con lo impredecible y lo imprevisible.»
George S. Patton


tra noche más. Solo hacía una semana que Richard Rowland había sido nombrado inspector de policía y ya odiaba el cargo. No había entrado en el cuerpo para pasarse el día sentado en la mesa de su despacho rellenando papeles, si no para resolver crímenes, atrapar malhechores. Sin embargo, estos momentos era él quien estaba atrapado una vez más bajo una pila de documentos.

No puedo más, se dijo a sí mismo. Acto seguido, guardó los papeles en el primer archivador que encontró, recogió la gabardina del perchero, apagó las luces y se abalanzó hacia la salida.

En cuanto puso un pie fuera de la comisaría y respiró el frío aire nocturno, sintió que empezaba a recuperar la energía. Si a sus treinta y dos años este cambio empezaba a consumirle, ¿qué sería de él pasada una década? No había trabajado tan duro todos estos años para desaparecer poco a poco perdido en un mar de papeles.

Tras un suspiro, se puso la bufanda y los guantes y bajó los escalones de la entrada. Al bajar el último, dirigió la mirada al cielo nocturno de Londres. La imagen que tenía ante sus ojos le dejó helado: una luna enorme, brillante y espectral reinaba en la fría noche del primero de octubre.

Richard no era un hombre supersticioso, nunca lo había sido, pero por alguna extraña razón esa amenazadora visión nocturna le puso la carne de gallina. No se lo pensó más, expulsó con determinación esa angustiosa sensación que le atenazaba la garganta y se dirigió a casa escudriñando todos los callejones oscuros a la espera de que algo maligno se abalanzase sobre él.

Aquella noche una sucesión de pesadillas le asaltaron sin piedad desde que se acostó, a las tres de la madrugada, hasta que el despertador le arrancó súbitamente de ellas. Sudoroso y jadeante, permaneció en la cama con el corazón latiéndole violentamente en el pecho hasta encontrarse con fuerzas para levantarse e ir a trabajar.


En cuanto entró en la comisaría aquella mañana, supo que algo iba mal. Esquivando adormilado a policías uniformados que volaban de un lado a otro con la ansiedad pintada en el rostro, Richard se dirigió a su despacho en busca de su segunda taza de café, con la que esperaba despertarse. La cafetera acababa de exprimir la última gota de aquel brebaje prodigioso cuando un joven agente pelirrojo y pecoso entró de improviso en su despacho.

—Richard, tienes que venir. Es urgente. —Cualquier otro inspector se habría enojado por aquella forma de entrar en su sanctasanctórum, pero a Richard le reconfortó ver que su ascenso no había disminuido aquella confianza y camaradería que siempre había existido entre él y Warren MacAvoy, su antiguo compañero.

—Supongo que será por lo mismo por lo que media comisaría está revoloteando de aquí para allá a las ocho de la mañana. ¿Qué ha ocurrido? ¿un robo? ¿una desaparición? ¿un secuestro? —preguntó a su viejo amigo mientras soplaba en la taza de café antes de beber un sorbo.

—No, un triple asesinato. Esta noche. —Richard se quedó mirando atónito a su camarada, con la taza a medio camino, sin terminar de creer lo que acababa de oír.

—¿Un asesinato?

—Tres.

—¿Cómo…? ¿Quién…?

—Al parecer las tres eran prostitutas de Whitechapel. En cuanto a los pormenores, había pensado en recogerte de camino al laboratorio forense e informarte por el camino… si no te importa que te acompañe, inspector. —Terminó Warren con una media sonrisa.

Richard sonrió tristemente a su vez, se bebió el café de un trago sin recordar que aún estaba caliente y ambos se dirigieron al laboratorio de criminalística.


En cuanto se bajaron del coche patrulla, un médico se dirigió hacia ellos.

—¿El inspector Rowland? Soy el doctor Warner, del laboratorio forense. ¿Le han informado ya de lo ocurrido?

—Sí. El agente MacAvoy, aquí presente, me ha informado durante nuestro trayecto al hospital. Hacia las tres y media de la madrugada, un agente descubrió el primer cuerpo en Rood Lane. Media hora más tarde, un barrendero descubría el segundo, oculto entre la hojarasca en Hanbury Street. Finalmente, al cabo de dos horas, recibimos en Comisaría la llamada de un vecino de Kennet Street, quien había descubierto el tercer y último cuerpo al salir a hacer footing por su recorrido habitual. ¿Ha tenido tiempo de realizar un análisis preliminar?

—¡Ah! En efecto —respondió el médico con un suspiro—, y los resultados son realmente escalofriantes.

—¿Escalofriantes? ¿A qué se refiere?

—Por favor, tengan la amabilidad de acompañarme al laboratorio, allí estaré en mejores condiciones de presentarles el primer análisis.

Richard cruzó una mirada preocupada con Warren y ambos siguieron al forense lamentando haber deseado tan fervientemente que se les presentase algún caso que les sacase de su monótono día a día.

El laboratorio forense lo conformaban una serie de salas grises a cada cual más fría y con mobiliario de acero. Se detuvieron en la tercera, en cuyo centro habían dispuesto tres mesas de tanatopraxia sobre las que descansaban tres cuerpos tapados con una sábana.

—De momento mi equipo y yo nos hemos limitado a analizar los rasgos más señalados y a aventurar la causa de la muerte a través de ellos. Los tres asesinos comparten el mismo modus operandi frío, calculador e increíblemente experimentado. De no ser por la distancia entre los tres puntos y el tiempo que se tomó en ello, diría que se trata de una única persona. 

—No uno, si no tres asesinos, y con el mismo modus operandi. ¿Cree que estamos ante una organización criminal? ¿Asesinos experimentados que pudiesen tener algún asunto pendiente con las víctimas?

—Me temo que no, inspector. Me inclinaría a pensar en una organización de tráfico de órganos, aunque aún así es muy extraño.

—¿Tráfico de órganos? ¿Me está diciendo que tres personas asaltaron a tres prostitutas en pleno Londres y les extrajeron los órganos? ¿Sin que nadie notase nada hasta descubrir los cuerpos?

—Eso es lo más impresionante, inspector. Aún no he podido explorar debidamente los cadáveres, pero creo que los asesinos utilizaron alguna clase de sustancia para dejar inconscientes a las víctimas antes de iniciar la extracción. —Se acercó al primer cadáver, bajó la sábana hasta las rodillas y expuso los resultados del análisis a los dos policías. — La primera víctima, la mujer que encontraron en New Street, es una mujer de unos 30 años aparentemente sana. No tuvo ninguna relación sexual reciente. Tampoco presenta signos de violencia ni de lucha, por lo que seguramente el asesino la sorprendió y la dejó inconsciente con algún tipo de droga. No hemos encontrado ningún trauma en la cabeza o en el cuello. Sin embargo, como pueden observar, fue degollada; aunque por el aspecto de la herida, este hecho tuvo lugar después de la extirpación, ya muerta. Dicho proceso de extirpación se realizó desde una incisión en el lado izquierdo del abdomen, y según el escáner, fue un proceso extraordinariamente limpio en el que se extrajeron varios órganos. Solo se llevaron los intestinos. Detectamos el mismo modus operandi en la segunda víctima, la mujer de Hanbury Street, salvo por el hecho de que esta vez se llevaron sus pulmones. Y por último, mismo proceso en la tercera, la joven de Buckle Street, para la obtención del hígado.

—Tenemos por lo tanto tres mujeres, prostitutas, asaltadas de repente en medio de la noche y a las que extrajeron un solo órgano después de haberlas dejado inconscientes con alguna droga. Después, finalizado el proceso, las degollaron. No se trata solo de tres asesinos metódicos y con increíble sangre fría, sino también con amplios conocimientos quirúrgicos. ¿Correcto, doctor?

—En efecto, así es.

—Richard, no estarás pensando en lo mismo que yo, ¿verdad?

—Eso me temo, Warren. Tenemos un grupo de imitadores que parece querer sembrar el pánico en la ciudad.

—¿Imitadores? ¿De quién?

—De Jack el Destripador, el hombre que asesinó a todas aquellas mujeres en el siglo XIX en el distrito de Whitechapel.

—¿Están seguros? Creía que solo era una leyenda.

—Es el mismo barrio, las mismas víctimas y el mismo procedimiento. Nunca se resolvieron los crímenes. Se atraparon a muchos criminales, pero en el mejor de los casos eran solo imitadores. Y parece que ahora vuelven a repetirse. Tenga la bondad de avisarme en cuanto tenga el análisis completo. Ahora, si nos disculpa, tenemos que volver a Comisaría.


En cuanto volvieron a la comisaría por la tarde, la noticia ya había salido en los periódicos, y el revuelo que había causado se podía sentir en todo Londres. Desde el Daily Mirror al Times, el regreso de uno de los asesinos más famosos del mundo acaparaba todas las portadas. La prensa no escatimaba en los detalles del triple asesinato de esa madrugada, a quien atribuía un solo autor, y los periódicos más imaginativos describían con todo detalle desde la fisionomía del asesino al parentesco de éste con el Jack el Destripador de finales del siglo XIX.

El resto del día, Richard se encerró en su despacho para revisar las bases de datos informáticas en busca de los archivos policiales y los artículos de prensa relativos a los asesinatos del Destripador, desde los primeros en 1888 hasta los últimos en 1891. Fue así como pudo descubrir los fallos de este imitador del Asesino de Whitechapel. Según el CID, el Departamento de Investigación Criminal, el verdadero Destripador estrangulaba, degollaba, mutilaba y después extirpaba los órganos de la víctima y le infligía numerosas lesiones en la cara. Sin embargo, en estos asesinatos los cuerpos no eran estrangulados ni mutilados, y tampoco se parecía seguir el mismo orden de procedimiento. Por otra parte, al contrario de lo que en esos momentos se estaba viviendo, Scotland Yard recibió en aquella época varias cartas redactadas supuestamente por el asesino, en las que se describían fielmente algunos de sus asesinatos.  

Evidentemente, alguien quería llamar la atención de los medios con sus asesinatos, pero, ¿estaban ante tres dementes imitadores del tres al cuarto o ante algo más? Una de las características más personales de los asesinatos atribuidos a Jack el Destripador era la gran violencia con la que se llevaba a cabo el asesinato, y en cambio, los de esa madrugada eran simplemente un trabajo limpio que nada tenía de violento. Por otra parte, también difería la extracción de un solo órgano en cada crimen, lo que descartaba la implicación de una mafia que traficase con ellos. ¿Para qué extraer uno en especial de cada víctima?

Al caer la noche, Richard estaba convencido de que, sin lugar a dudas, había algo más que de momento parecía oculto. Si los asesinos querían llamar la atención reproduciendo los crímenes de Jack el Destripador, ¿por qué no reproducir su misma violencia? Porque quería llamar la atención en su justa medida para desviarla de otra, ¿tal vez los órganos? Era lo único de valor que se llevaron los asesinos.

Conforme avanzaban las horas, Richard estaba cada vez más perdido y confuso.



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