martes, 1 de octubre de 2013

Las puertas de Samhain - CAPÍTULO 2 - EL SICARIO DEL DIOS CHACAL



“What is past is prologue.”

«Lo que pertenece al pasado, pertenece al prólogo.»

William Shakespeare


 medianoche el joven policía se dio por vencido y decidió irse a casa para intentar dormir un poco. En el preciso instante en el que cerraba el dosier con todas las noticias y los informes que había estado recabando sobre los sucesos de Whitechapel, Warren MacAvoy entró en su despacho pálido como la cera.

     — Richard, ha habido otro asesinato, otra chica. La han llevado inmediatamente al laboratorio forense y el propio doctor Warner acaba de llamar diciendo que el cuerpo acababa de llegar y que se disponía a examinarlo.


— Vamos para allá.

Al igual que la vez anterior, el forense les estaba esperando en la puerta y él mismo les dirigió hacia la sala de autopsias mientras Warren informaba a Richard sobre el descubrimiento del cuarto cadáver.

— Estamos ante otra chica joven, prostituta, esta vez en Morris Street, al este del barrio. De momento solo puedo decirte que también fue degollada y que presenta una incisión muy sospechosa en el abdomen.

— En efecto. No he podido llevar a cabo un examen exhaustivo de esta cuarta joven, pero puedo asegurar que presenta las mismas características que sus compañeras.

— ¿A dónde iremos a parar? Warren, ¿han encontrado a alguna conocida de alguna de las víctimas?

— No, tenemos agentes recorriendo el barrio con fotografías de las chicas en busca de alguien que pudiese conocerlas, tal y como pediste, pero de momento no hemos tenido suerte.


Alguien le seguía. Richard no sabía quién ni desde qué dirección, pero lo sabía. Lo sentía. Después de lanzar una nerviosa mirada a la Luna, apretó el paso y siguió caminando por las desiertas y frías calles de Londres con un escalofrío recorriéndole la espalda. Llevaba su pistola reglamentaria en la cartuchera del cinturón, como siempre, y aún así se sentía desnudo, indefenso. Tenía que llegar a casa. Tenía que salir de ahí.

Al llegar a un cruce, le pareció distinguir una sobra que avanzaba desde la calle que tenía a su derecha. No se lo pensó ni un segundo, sacó su automática y apuntó hacia la entrada de la calle. Conforme se iba acercando, la sombra iba tomando una forma humana cada vez más definida, hasta que Richard tuvo enfrente la figura de un hombre con una gabardina larga y sombrero de copa que se detuvo a unos quince pasos de él. La farola de esa esquina estaba apagada, por lo que no podía identificar sus rasgos, bien ocultos bajo su ropa.

— ¿Quién es usted? ¡Policía! ¡Indetifíquese!

Por única respuesta, el desconocido se echó a reír. Su fría risa resonó en la noche provocándole un nuevo escalofrío al joven policía. En cuanto el eco se apagó, el misterioso personaje se fue acercando lentamente trayendo consigo una oscuridad absoluta que poco a poco iba envolviendo a Richard…

Richard se despertó sobresaltado cuando la alarma del despertador le sacó de su pesadilla. Permaneció tumbado en la cama mientras su corazón ralentizaba. ¿Es posible? ¿Solo era una pesadilla? Le había parecido tan real… Cerraba los ojos y aún podía ver aquella figura envuelta en la oscuridad acercándose sin que él pudiese reaccionar. Con un suspiro y dejando atrás el sueño, se levantó y se dirigió al baño para asearse antes de desayunar y salir de casa.
***


Está oscuro. Frío.

¿Por qué no hay nadie por la calle? ¿No debería haber alguna luz? Y esa sensación…

— ¡Gran Madre! ¡Protégeme! —susurró Agatha a la Luna, grande y brillante en el firmamento londinense— Es la Luna de cosecha, la primera luna llena tras Mabon… Toda la protección de la Diosa cae sobre nosotros, y aún así… hay algo oscuro, tenebroso. —Se calló de inmediato al oír algo.

Ruidos de pasos. Todo sus ser le gritaba que no fuese, pero la curiosidad de la joven wiccana fue más fuerte. En la calle contigua una figura encapuchada se había acercado a una mujer de la calle.

— ¿Qué, guapo? ¿Buscas un poco de calor? —Su pregunta no obtuvo respuesta—¿Se te ha comido la lengua el gato?

Sin mediar palabra, el misterioso encapuchado le lanzó unos polvos a la cara dejándola sin conocimiento. En cuanto la joven hubo caído al suelo, el hombre retiró su capucha desvelando una máscara de madera con los rasgos de un perro del desierto.

Un escalofrío recorrió la espalda de Agatha al reconocer al personaje: Anubis, el dios egipcio de los muertos. El Dios Chacal se arrodilló junto a su joven víctima y extrajo de debajo de su capa lo que parecía un cuchillo ceremonial. Acto seguido, trazó con una precisión maestra una profunda incisión en el costado izquierdo de la joven.

Estaba petrificada. Con un escalofrío recorriéndole la espalda, la joven maga vio impotente como el psicópata de la máscara sacaba metódicamente los órganos de la otra muchacha hasta dar con el que le interesaba. Al finalizar el proceso, la degolló de un corte limpio, colocó el estómago en un contenedor, se levantó con su premio entre las manos y se giró.

Agatha se quedó lívida: el asesino la estaba mirando. No podía percibir su mirada a través de la máscara, pero sí su indiferencia ante lo que acababa de hacer. Ni ira, ni odio, ni siquiera satisfacción. Solo una fría y sosegada indiferencia. De repente, echó a andar hacia ella… y la atravesó.


Con un grito agudo que salió desde lo más profundo de su ser, Agatha se despertó. Completamente aterrorizada por lo que acababa de soñar, tardó unos minutos en convencerse a sí misma de que estaba sola, bajo la protección de los hechizos que había colocado en el apartamento tiempo atrás.

Se echó a llorar de puro terror. Seguía pareciéndole tan real y tan sádico como la primera vez que lo vio en sus sueños. Esta era ya la tercera noche que tenía la misma visión. ¿Por qué la Diosa la castigaba de esta forma? Ella siempre había hecho el bien y antepuesto los intereses ajenos a los propios.

La primera vez que vio el macabro acto en sus sueños fue la noche en que ocurrió: la madrugada del 1 al 2 de octubre, noche que coincidía precisamente con la Luna de cosecha. Algunos hermanos de su congragación creían firmemente que, cada año, el día del equinoccio de otoño marcaba el envejecimiento y debilitamiento del Dios Cornudo, señor del Reino de la Muerte, hasta Samhain, noche en la que moría.

Al igual que el Dios, durante el periodo que separa Mabon y Samhain, la naturaleza disminuye su generosidad y muere de cara al invierno para renacer de manos de la Diosa en Yule. Un asesinato en esta época del año ya era de por sí un mal augurio. Sin embargo, las visiones de la Diosa marcaban un panorama aún más tenebroso, capaz de poner en peligro el equilibrio entre la luz y la oscuridad.

No podía esperar más. Tenía que hablar del sueño con su congregación. Tal vez ellos pudiesen ayudarla a desvelar por qué la Gran Madre le había enviado ese sueño. Tal vez lo había compartido con alguien más. Se decidió al instante. Se incorporó de la cama y cogió el teléfono para marcar.
***


Al llegar a su despacho, el inspector se sirvió otra taza de café. Tres horas. Había dormido tres horas. Había llegado a su casa a las tres y media de la madrugada y el maldito despertador le había arrancado de golpe de los brazos de Morfeo sin compasión. Aunque por otra parte… No. Había sido solo un sueño producto de la tensión y de las monstruosidades que había visto aquella noche.

Encendió la radio de su mesa para intentar desalojar los recuerdos de la pesadilla de anoche con algo de música mientras leía los titulares del periódico. El desplome de una bolsa extranjera por las falsas alarmas de un grupo de brokers, un juicio por corrupción, una mujer hallada muerta supuestamente a manos de su pareja, un atraco con empleo de violencia… ¿pero qué le pasa al mundo? Decidió alejar de su mente todo pensamiento triste con los crucigramas de las últimas páginas. ¡Hum! Ese día había un autodefinido sobre viajes, ¡perfecto! Cogió el portaminas de su portalápices y buscó la primera definición. «Archipiélago noruego que se encuentra en el límite con el Círculo…»

— Rich, acaba de llegar el informe del doctor Warner… —Warren se quedó mirando con preocupación a su buen amigo— Richard, ¿se puede saber hasta qué hora te quedaste en la comisaría anoche? Desde luego, eres el primero en echar a escobazos a la gente cuando se hace tarde, pero también el primero en hacer caso omiso de tus alegatos sobre las horas de sueño.

— Cualquiera diría que no me conoces —el joven inspector no pudo menos que sonreír ante la sincera y cariñosa reprimenda de su amigo— ¿Tienes ahí ese dichoso informe?

Richard Rowland permaneció un buen rato en silencio leyendo el informe del forense. A cada línea su rostro se volvía más y más sombrío. Llegado a un punto, sacó el cuaderno en el que llevaba todas las anotaciones del caso y se lanzó a plasmar en él las observaciones del doctor.

— Richard, ¡por Dios! No me dejes así, ¿Qué ocurre? —le espetó su amigo sin poder aguantar ni un minuto más tanta tensión.

Con un suspiro, dejó lo que estaba exprimiendo y levantó la vista hacia su amigo escocés.

— Como el doctor Warner nos adelantó, han extraído un órgano de cada una de las jóvenes. El proceso de extracción se llevó a cabo con algún tipo de cuchillo afilado de unos dos dedos de ancho. Fue una acción rápida y precisa, propia de un profesional, aunque Warner asegura que no es el tipo de corte que suelen practicar los cirujanos. Arrancaron otros órganos con la misma meticulosidad y precisión, pero volvieron a introducirse en el cuerpo, en su lugar exacto. El degollamiento se produjo de un movimiento rápido y decidido finalizado el proceso. Ninguna de las víctimas tuvo la oportunidad de defenderse de su agresor, ya que éste las dejó inconsciente al hacerles inhalar una mezcla de heroína y anfetaminas llamada kobret.

— Esto no me suena a tráfico de órganos, sino más bien a un chiflado con un odio especial hacia las prostitutas.

— Sí y no —respondió Richard recostándose en su silla—. Efectivamente no estamos ante un caso de tráfico de órganos, ya que ningún traficante los habría dejado atrás, aún sin tener aún un cliente para ellos. Ahora, lo que hace más escalofriante este caso, Warren, es que el asesino no es ningún chiflado sediento de sangre: su precisión y determinación, su frialdad, nos indican que está en sus plenas facultades mentales.

— No entiendo nada. ¿Por qué esos órganos? ¿Y por qué esas víctimas?

        — Por las características de la escena del cromen, puedo decirte que los asesinos (porque son varios, no lo olvidemos) intentaron reproducir los actos de Jack el Destripador…

— Sí, pero tú mismo dijiste que los archivos policiales marcaban un patrón mucho más violento y lleno de odio. Y no olvidemos que se extrajeron varios órganos, más de uno.

— En efecto. Intentaron reproducir, pero no se tomaron la molestia de documentarse en condiciones para definir bien su tapadera… —el inspector se calló en cuanto llamaron a la puerta— ¿sí? Adelante.

— Inspector Rowland, hay una mujer fuera preguntando por usted.

— ¿Por mí? —si el aviso de Rogers le hizo sonrojarse, la cara de guasa de Warren, terminó de arreglarlo.

— Bueno, sí, pregunta por la persona a cargo del caso del nuevo Jack el Destripador. Dice llamarse Agatha Woodlands.