“What is past is prologue.”
«Lo que pertenece al pasado, pertenece al prólogo.»
William Shakespeare
medianoche el
joven policía se dio por vencido y decidió irse a casa para intentar dormir un
poco. En el preciso instante en el que cerraba el dosier con todas las noticias
y los informes que había estado recabando sobre los sucesos de Whitechapel,
Warren MacAvoy entró en su despacho pálido como la cera.
— Richard, ha habido otro asesinato, otra chica. La han llevado inmediatamente al laboratorio forense y el propio doctor Warner acaba de llamar diciendo que el cuerpo acababa de llegar y que se disponía a examinarlo.
— Richard, ha habido otro asesinato, otra chica. La han llevado inmediatamente al laboratorio forense y el propio doctor Warner acaba de llamar diciendo que el cuerpo acababa de llegar y que se disponía a examinarlo.
— Vamos para allá.
Al igual que la vez anterior, el
forense les estaba esperando en la puerta y él mismo les dirigió hacia la sala
de autopsias mientras Warren informaba a Richard sobre el descubrimiento del
cuarto cadáver.
— Estamos ante otra chica joven,
prostituta, esta vez en Morris Street, al este del barrio. De momento solo
puedo decirte que también fue degollada y que presenta una incisión muy
sospechosa en el abdomen.
— En efecto. No he podido llevar
a cabo un examen exhaustivo de esta cuarta joven, pero puedo asegurar que
presenta las mismas características que sus compañeras.
— ¿A dónde iremos a parar?
Warren, ¿han encontrado a alguna conocida de alguna de las víctimas?
— No, tenemos agentes recorriendo
el barrio con fotografías de las chicas en busca de alguien que pudiese
conocerlas, tal y como pediste, pero de momento no hemos tenido suerte.
Alguien le seguía. Richard no
sabía quién ni desde qué dirección, pero lo sabía. Lo sentía. Después de lanzar
una nerviosa mirada a la Luna, apretó el paso y siguió caminando por las
desiertas y frías calles de Londres con un escalofrío recorriéndole la espalda.
Llevaba su pistola reglamentaria en la cartuchera del cinturón, como siempre, y
aún así se sentía desnudo, indefenso. Tenía que llegar a casa. Tenía que salir
de ahí.
Al llegar a un cruce, le pareció
distinguir una sobra que avanzaba desde la calle que tenía a su derecha. No se
lo pensó ni un segundo, sacó su automática y apuntó hacia la entrada de la
calle. Conforme se iba acercando, la sombra iba tomando una forma humana cada
vez más definida, hasta que Richard tuvo enfrente la figura de un hombre con
una gabardina larga y sombrero de copa que se detuvo a unos quince pasos de él.
La farola de esa esquina estaba apagada, por lo que no podía identificar sus
rasgos, bien ocultos bajo su ropa.
— ¿Quién es usted? ¡Policía!
¡Indetifíquese!
Por única respuesta, el
desconocido se echó a reír. Su fría risa resonó en la noche provocándole un
nuevo escalofrío al joven policía. En cuanto el eco se apagó, el misterioso
personaje se fue acercando lentamente trayendo consigo una oscuridad absoluta
que poco a poco iba envolviendo a Richard…
Richard se despertó sobresaltado
cuando la alarma del despertador le sacó de su pesadilla. Permaneció tumbado en
la cama mientras su corazón ralentizaba. ¿Es posible? ¿Solo era una pesadilla?
Le había parecido tan real… Cerraba los ojos y aún podía ver aquella figura
envuelta en la oscuridad acercándose sin que él pudiese reaccionar. Con un
suspiro y dejando atrás el sueño, se levantó y se dirigió al baño para asearse
antes de desayunar y salir de casa.
***
Está oscuro. Frío.
¿Por qué no hay nadie por la
calle? ¿No debería haber alguna luz? Y esa sensación…
— ¡Gran Madre! ¡Protégeme!
—susurró Agatha a la Luna, grande y brillante en el firmamento londinense— Es
la Luna de cosecha, la primera luna llena tras Mabon… Toda la protección de la
Diosa cae sobre nosotros, y aún así… hay algo oscuro, tenebroso. —Se calló de
inmediato al oír algo.
Ruidos de pasos. Todo sus ser le
gritaba que no fuese, pero la curiosidad de la joven wiccana fue más fuerte. En
la calle contigua una figura encapuchada se había acercado a una mujer de la
calle.
— ¿Qué, guapo? ¿Buscas un poco de
calor? —Su pregunta no obtuvo respuesta—¿Se te ha comido la lengua el gato?
Sin mediar palabra, el misterioso
encapuchado le lanzó unos polvos a la cara dejándola sin conocimiento. En
cuanto la joven hubo caído al suelo, el hombre retiró su capucha desvelando una
máscara de madera con los rasgos de un perro del desierto.
Un escalofrío recorrió la espalda
de Agatha al reconocer al personaje: Anubis, el dios egipcio de los muertos. El
Dios Chacal se arrodilló junto a su joven víctima y extrajo de debajo de su
capa lo que parecía un cuchillo ceremonial. Acto seguido, trazó con una
precisión maestra una profunda incisión en el costado izquierdo de la joven.
Estaba petrificada. Con un
escalofrío recorriéndole la espalda, la joven maga vio impotente como el
psicópata de la máscara sacaba metódicamente los órganos de la otra muchacha
hasta dar con el que le interesaba. Al finalizar el proceso, la degolló de un
corte limpio, colocó el estómago en un contenedor, se levantó con su premio
entre las manos y se giró.
Agatha se quedó lívida: el
asesino la estaba mirando. No podía percibir su mirada a través de la máscara,
pero sí su indiferencia ante lo que acababa de hacer. Ni ira, ni odio, ni
siquiera satisfacción. Solo una fría y sosegada indiferencia. De repente, echó
a andar hacia ella… y la atravesó.
Con un grito agudo que salió
desde lo más profundo de su ser, Agatha se despertó. Completamente aterrorizada
por lo que acababa de soñar, tardó unos minutos en convencerse a sí misma de
que estaba sola, bajo la protección de los hechizos que había colocado en el
apartamento tiempo atrás.
Se echó a llorar de puro terror.
Seguía pareciéndole tan real y tan sádico como la primera vez que lo vio en sus
sueños. Esta era ya la tercera noche que tenía la misma visión. ¿Por qué la
Diosa la castigaba de esta forma? Ella siempre había hecho el bien y antepuesto
los intereses ajenos a los propios.
La primera vez que vio el macabro
acto en sus sueños fue la noche en que ocurrió: la madrugada del 1 al 2 de
octubre, noche que coincidía precisamente con la Luna de cosecha. Algunos
hermanos de su congragación creían firmemente que, cada año, el día del
equinoccio de otoño marcaba el envejecimiento y debilitamiento del Dios Cornudo,
señor del Reino de la Muerte, hasta Samhain, noche en la que moría.
Al igual que el Dios, durante el
periodo que separa Mabon y Samhain, la naturaleza disminuye su generosidad y
muere de cara al invierno para renacer de manos de la Diosa en Yule. Un
asesinato en esta época del año ya era de por sí un mal augurio. Sin embargo,
las visiones de la Diosa marcaban un panorama aún más tenebroso, capaz de poner
en peligro el equilibrio entre la luz y la oscuridad.
No podía esperar más. Tenía que
hablar del sueño con su congregación. Tal vez ellos pudiesen ayudarla a
desvelar por qué la Gran Madre le había enviado ese sueño. Tal vez lo había
compartido con alguien más. Se decidió al instante. Se incorporó de la cama y
cogió el teléfono para marcar.
***
Al llegar a su despacho, el
inspector se sirvió otra taza de café. Tres horas. Había dormido tres horas. Había
llegado a su casa a las tres y media de la madrugada y el maldito despertador
le había arrancado de golpe de los brazos de Morfeo sin compasión. Aunque por
otra parte… No. Había sido solo un sueño producto de la tensión y de las
monstruosidades que había visto aquella noche.
Encendió la radio de su mesa para
intentar desalojar los recuerdos de la pesadilla de anoche con algo de música
mientras leía los titulares del periódico. El desplome de una bolsa extranjera
por las falsas alarmas de un grupo de brokers, un juicio por corrupción, una
mujer hallada muerta supuestamente a manos de su pareja, un atraco con empleo
de violencia… ¿pero qué le pasa al mundo? Decidió alejar de su mente todo
pensamiento triste con los crucigramas de las últimas páginas. ¡Hum! Ese día
había un autodefinido sobre viajes, ¡perfecto! Cogió el portaminas de su
portalápices y buscó la primera definición. «Archipiélago noruego que se
encuentra en el límite con el Círculo…»
— Rich, acaba de llegar el
informe del doctor Warner… —Warren se quedó mirando con preocupación a su buen
amigo— Richard, ¿se puede saber hasta qué hora te quedaste en la comisaría
anoche? Desde luego, eres el primero en echar a escobazos a la gente cuando se
hace tarde, pero también el primero en hacer caso omiso de tus alegatos sobre
las horas de sueño.
— Cualquiera diría que no me
conoces —el joven inspector no pudo menos que sonreír ante la sincera y
cariñosa reprimenda de su amigo— ¿Tienes ahí ese dichoso informe?
Richard Rowland permaneció un
buen rato en silencio leyendo el informe del forense. A cada línea su rostro se
volvía más y más sombrío. Llegado a un punto, sacó el cuaderno en el que
llevaba todas las anotaciones del caso y se lanzó a plasmar en él las
observaciones del doctor.
— Richard, ¡por Dios! No me dejes
así, ¿Qué ocurre? —le espetó su amigo sin poder aguantar ni un minuto más tanta
tensión.
Con un suspiro, dejó lo que
estaba exprimiendo y levantó la vista hacia su amigo escocés.
— Como el doctor Warner nos
adelantó, han extraído un órgano de cada una de las jóvenes. El proceso de
extracción se llevó a cabo con algún tipo de cuchillo afilado de unos dos dedos
de ancho. Fue una acción rápida y precisa, propia de un profesional, aunque
Warner asegura que no es el tipo de corte que suelen practicar los cirujanos. Arrancaron
otros órganos con la misma meticulosidad y precisión, pero volvieron a
introducirse en el cuerpo, en su lugar exacto. El degollamiento se produjo de
un movimiento rápido y decidido finalizado el proceso. Ninguna de las víctimas
tuvo la oportunidad de defenderse de su agresor, ya que éste las dejó
inconsciente al hacerles inhalar una mezcla de heroína y anfetaminas llamada
kobret.
— Esto no me suena a tráfico de
órganos, sino más bien a un chiflado con un odio especial hacia las
prostitutas.
— Sí y no —respondió Richard
recostándose en su silla—. Efectivamente no estamos ante un caso de tráfico de
órganos, ya que ningún traficante los habría dejado atrás, aún sin tener aún un
cliente para ellos. Ahora, lo que hace más escalofriante este caso, Warren, es
que el asesino no es ningún chiflado sediento de sangre: su precisión y
determinación, su frialdad, nos indican que está en sus plenas facultades
mentales.
— No entiendo nada. ¿Por qué esos
órganos? ¿Y por qué esas víctimas?
— Por las características de la escena del cromen, puedo decirte que los asesinos (porque son varios, no lo olvidemos) intentaron reproducir los actos de Jack el Destripador…
— Por las características de la escena del cromen, puedo decirte que los asesinos (porque son varios, no lo olvidemos) intentaron reproducir los actos de Jack el Destripador…
— Sí, pero tú mismo dijiste que
los archivos policiales marcaban un patrón mucho más violento y lleno de odio.
Y no olvidemos que se extrajeron varios órganos, más de uno.
— En efecto. Intentaron
reproducir, pero no se tomaron la molestia de documentarse en condiciones para
definir bien su tapadera… —el inspector se calló en cuanto llamaron a la puerta—
¿sí? Adelante.
— Inspector Rowland, hay una
mujer fuera preguntando por usted.
— ¿Por mí? —si el aviso de Rogers
le hizo sonrojarse, la cara de guasa de Warren, terminó de arreglarlo.
— Bueno, sí, pregunta por la
persona a cargo del caso del nuevo Jack el Destripador. Dice llamarse Agatha
Woodlands.
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