jueves, 5 de junio de 2014

Las puertas de Samhain - CAPÍTULO 4. UNA TARDE EN EL BRITISH

“That is not dead which can eternal lie
And with strange aeons even Death may die.”
«No está muerto lo que puede yacer eternamente,
y con el paso de los eones, incluso la Muerte puede morir.»
H. P. Lovecraft




n ritual de magia negra. Esto era lo último con lo que Richard esperaba encontrarse, y sin embargo, tenía sentido. Lo que aún no terminaba de entender era cómo esa mujer conocía los pormenores del crimen. ¿Sueños? Definitivamente no. La magia era sencillamente la explicación que la gente poco instruida o con la imperiosa necesidad de creer en algo superior daba a lo desconocido. Aún así, tenía que reconocer que este tipo de creencias eran muy fuertes, y el hecho de que alguien se basase en ellas para premeditar y perpetrar varios asesinatos no hacía sino empeorar la situación. Los criminales que justificaban sus actos con creencias religiosas o filosóficas eran los más peligrosos.

           Esa extraña mujer aseguraba desconocer las intenciones de esa supuesta secta, pero tal vez su pertenencia a uno de esos grupos místicos le ayudase a encajar las piezas que para él no tenían sentido. Sus ojos habían delatado un terror genuino, y su predisposición a colaborar parecía verdadera. Esa misma tarde descubriría si había hecho bien o no citándola en el museo… Unos golpecitos en la puerta le devolvieron a la realidad, y pudo ver a su viejo amigo asomado.


— Mi primo acaba de hablar con su colega del departamento de antigüedades egipcias. Te recibirá esta tarde. ¿Qué ha sido lo de antes? Reconozco que tal vez me pasé con aquel comentario, pero…

— ¿Tal vez? No podemos reírnos de las declaraciones de los testigos, Warren, por muy absurdas que nos parezcan. —ante la cara de arrepentimiento y vergüenza de su amigo, no echó más leña al fuego— Sin embargo, si te pedí que te fueses fue por otro motivo: temía que hubiese habido una filtración.

— ¿Una filtración? Cuéntamelo todo.

Warren MacAvoy entró en el despacho, y durante los siguientes veinte minutos, el inspector de policía le relató la entrevista con aquella mujer y las impresiones que le había dejado. Le relajó comprobar que su compañero, aún más escéptico que él respecto a estos temas, compartía su punto de vista y la necesidad de probar hasta qué punto esa mujer podía ser de ayuda.

— No sé, Richard, esto empieza a ser un poco escalofriante. ¿Un ritual oscuro? ¿Y no te dijo qué tipo de ritual?

— No. En su grupo no realizan estas prácticas, están en contra de ellas. Sin embargo, tengo la esperanza de que las pistas del asesino lleguen a tener algún sentido. Ella mencionó a un dios egipcio de la muerte. Tal vez esto tenga que ver con alguna práctica antigua, y si es así, necesitaremos a un especialista, a un egiptólogo.

— ¿Te dijo si pensaba que se fuesen a cometer más asesinatos?

— Según ella en este mes las cosechas, las recolecciones, adquirían una fuerza especial, aunque al parecer, el punto más fuerte lo alcanzó en la madrugada del 1 al 2.

— ¿Y eso qué significa? ¿No habrá más asesinatos?

— No habrá más asesinatos de este tipo.
***

Nunca antes había hecho nada parecido. No sabía por qué había accedido. Bueno, en realidad sí lo sabía. Le gustaba ese hombre. Era la primera vez que alguien la tomaba en serio. O al menos en parte. Tenía perfectamente claro que el inspector no creía en el poder de la Diosa, pero al menos la había escuchado y la había creído cuando le dijo que había visto el asesinato. ¡Y ahora buscaba su ayuda! ¡Confiaba en su criterio! ¡Quería que le ayudase a resolver el caso! Mientras subía las escaleras de la entrada del British Museum, Agatha sentía que volaba entre las nubes.

La entrada la dejó impresionada. Aquel enorme hall blanco era el preludio de los grandiosos tesoros que allí se guardaban. Maravillada, recorrió el espacio hasta el mostrador de información. Allí un guardia de seguridad uniformado le indicó que el inspector Rowland aún no había llegado. Era lógico. Había llegado veinte minutos antes. Cogió un folleto del mostrador y se dirigió a los asientos que se encontraban frente al mostrador esperando matar el tiempo con un poco de lectura. Siempre le había fascinado el museo con sus vestigios de la cultura egipcia, griega, romana, celta, vikinga… el antiguo saber reunido en un conjunto monumental. Por supuesto, también había tesoros de épocas más actuales, aunque no conseguían atraerla de la misma forma. En esa misma planta, en el edificio oeste, estaban parte de las reliquias de Asiria y de Grecia. Tal vez pudiese admirar el magnífico Partenón antes de encontrarse con el policía, siempre le había sobrecogido su majestuosidad y latente poder…

— ¿Señora Woodlands?

Agatha dio un respingo en el asiento. Había estado tan enfrascada en el plano de la planta baja que no les había sentido acercarse. El inspector Rowland estaba allí delante, a unos pocos pasos de ella, con el otro agente presente en la declaración pegado a su espalda. Sintió como el rubor le subía a las mejillas, consciente de la estúpida imagen que debía de haberles dado a aquellos hombres.

— Han llegado pronto.

— Usted también —dijo el policía con una media sonrisa—. Supongo que recordará al agente Warren MacAvoy; nos acompañó en el despacho durante la primera parte de su declaración.

— Por supuesto, buenas tardes.

— Bu-buenas tardes. —Agatha creyó percibir cómo las orejas del joven policía se habían puesto repentinamente rojas. El contacto visual duró apenas unos segundos, hasta que él desvió la vista hacia un grupo que pasaba por su lado. ¡Vaya!

— Mi compañero nos ha conseguido una entrevista con un experto en antigüedades egipcias del museo. Nos está esperando en el Centro de Investigación. ¿Nos ponemos en marcha?

— Por supuesto.

El inspector lideró la pequeña comitiva a través del museo. Atravesando el hall principal, llegaron a la Welcome Trust Gallery, una galería dedicada al misticismo y a la relación del hombre con los animales y con los espíritus. La joven wiccana tuvo que hacer un gran esfuerzo para seguir a aquel hombre y no desviar su atención hacia algunos de los objetos allí expuestos, en especial hacia una calavera de cristal azteca. Las cuencas parecían desprender una luz especial con aquella iluminación. Nada más atravesar la sala, giraron a la izquierda y se encontraron con la Biblioteca Antropológica y Centro de Investigación. A sus puertas, se encontraba un hombre de mediana edad con aspecto cansado que les hizo una seña con la mano en cuanto les vio acercarse.

— El inspector Rowland, supongo, y el primo de Rick. ¿Cómo están? —tras estrechar la mano con ambos, se volvió hacia la joven.— No sabía que vendrían acompañados. Soy el doctor Ewan Garroway, del departamento del Antiguo Egipto. Un placer.

— El placer es mío. Agatha Woodlands.

— Bien. Lo he arreglado todo para que cerrasen un poco antes la biblioteca y así pudiésemos estar más tranquilos… Después de ustedes —mientras se dirigía hacia una de las mesas que disponía de ordenador, el egiptólogo les fue hablando sobre el histórico edificio en el que entraban—. La biblioteca es del siglo XIX. En ella podemos encontrar toda clase de documentación relacionada con la antropología y la arqueología, desde libros y periódicos hasta microfilms y mapas. Sin embargo, lo que creo que nos resultará más provechoso de la sala es el acceso a las copias digitales de las colecciones y al Anthropological Index Online, un fichero en el que encontraremos más de 700 publicaciones sobre antropología… Ustedes dirán, ¿qué están buscando?

— ¿Señora Woodlands?

— ¿Inspector?

— ¿Sería tan amable de describirle al doctor Garroway el ritual que nos ocupa? Creo que usted podrá ser más precisa.

— Por supuesto. —recorrió con los dedos las líneas de las vetas de la mesa de madera mientras ponía en orden sus pensamientos y decidía por dónde empezar. — Bueno, buscamos información acerca de un ritual. Todo parece indicar que se trata de una práctica del Antiguo Egipto.

A continuación, la wiccana le describió su sueño todo lo minuciosamente que pudo, y cuando terminó, Richard Rowland la relevó recalcando el informe forense y los pormenores de la escena del crimen. Para cuando ambos hubieron terminado, el egiptólogo estaba pálido, y el dolor que reflejaban sus ojos le hizo parecer más viejo. Sin mediar palabra, se dirigió a un armario situado en una esquina y se puso a revolver en el. Al cabo unos minutos, volvió con un mapa en las manos. Cuando lo desplegó sobre la mesa, pudieron ver que se trataba de un mapa de Whitechapel.

— Norte, Sur — el egiptólogo fue marcando con unos clips que había en la mesa los lugares en los que la policía había encontrado a las víctimas—, Este y Oeste. No sé si se habían percatado de esto. Corríjanme si me equivoco… Al Norte se encontró la joven de los pulmones, al Sur, la joven del hígado, al Este, la del estómago y al Oeste la de los intestinos.

— ¿Cómo lo ha sabido?

— Estaban en lo cierto, hay un ritual egipcio de por medio —tras un triste suspiro, se quitó las gafas, se las limpió con un pañuelo que se sacó del bolsillo de su camisa y volvió a ponérselas—. Cuando un faraón moría, los sacerdotes preservaban su cuerpo de forma que pudiese volver a albergar su alma en el Más Allá, lo momificaban. Mediante diversos rituales, lavaban el cuerpo con natrón y lo embalsamaban, repitiendo las fórmulas mágicas y los pasos con los que que el dios Anubis devolvió a la vida al dios Osiris. Retiraban con un cuidado extremo las vísceras del cuerpo, dejando exclusivamente los riñones y el corazón, el habitáculo del alma. A continuación, limpiaban los órganos y los introducían en unos vasos herméticos con la forma de los hijos de Horus, el dios que personificaba el faraón. Mirando al Oeste, colocaban el vaso canope del dios halcón Kebeshenuef, quien custodiaba los intestinos bajo la magia de la diosa Isis; al Norte, el del dios babuino Hapi, para guardar los pulmones con la ayuda de la diosa Neftis, al Sur el del dios humanoide Amset, custodio junto con la diosa Selkis del hígado y, por último, al Este, el vaso del dios chacal Duamutef, quien estaba encargado junto con la diosa Neit de la protección del estómago. Los egipcios eran muy supersticiosos, y se tomaban muy en serio la perfecta ejecución de estos pasos para la postergación del cuerpo de su faraón, de forma que el alma pudiese encontrarlo después de ser juzgada.

Se hizo el silencio en la biblioteca ante la confirmación de la catástrofe que los tres tanto temían. Un asesinato ritual y, por si fuera poco, uno relacionado con la muerte. Agatha sentía que no podía respirar…  

            — Pero, si según esas creencias, se necesitan todos los órganos para revivir un cuerpo —empezó el inspector, intentando llenar las lagunas en la investigación—, ¿por qué extraer sólo un órgano de cada víctima y dejarlas ahí abandonadas?

— Porque era todo lo que les era útil de ellas —dijo Agatha—, recolectaron lo que necesitaban de ellas.

— ¿No habría sido más fácil obtener los cuatro órganos de la misma víctima?

— Escogieron una víctima en cada uno de los puntos cardinales, y tras la explicación del doctor, creo poder decir que lo que pretendían con ello era invocar la magia protectora de cada una de esos dioses.

— Escalofriante. Bueno, tenemos por fin el móvil de los asesinatos: obtener los elementos necesarios para un ritual de momificación — recapituló Richard Rowland—. ¿Debemos suponer que quieren enterrar a alguien según el antiguo ritual? Pero, ¿a quién? ¿y por qué con órganos ajenos? 

— No… no es un ritual de momificación. No se habrían tomado tantas molestias dando a los órganos la fuerza de la Luna de cosecha de tratarse exclusivamente de una momificación. Creo que… intentan reproducir el ritual primigenio de Anubis, revivir a alguien. En cuanto a quién querrían traer de vuelta… sin duda a alguien importante. Abrir este tipo de puertas tiene sus riesgos, y sus consecuencias. 

— Estoy completamente de acuerdo. Quien quiera que esté detrás de todo esto, cree firmemente en la mitología egipcia, y debe de conocer los peligros del Duat.

            — ¿El Duat?

            — El Más Allá de los egipcios, la Morada de los Dioses. Allí es donde iban las almas de los difuntos. Gracias a los conjuros y a la guía de los sacerdotes que oficiaban el funeral, el alma del muerto tenía más posibilidades de atravesar las diversas puertas de entrada, custodiadas por peligrosos espíritus, y de llegar a la sala del Juicio. Allí su corazón sería pesado en una balanza, con una pluma como contrapeso. De ser hallado puro de corazón, el difunto moraría con los dioses durante toda la eternidad, pero en caso contrario, el demonio Ammit devoraría su alma.

            — Todas las religiones conocen los peligros del Otro Lado. Siempre ha habido personas con una sensibilidad o educación especial para percibirlos —dijo Agatha—. Pero por desgracia, también los hay que desoyen las advertencias de la naturaleza e ignoran las barreras que nos protegen. Supongo que alguien con los conocimientos suficientes de magia negra podría contactar con los guardianes del otro lado para obtener su beneplácito para sus propósitos oscuros.

            — ¿Es usted… ocultista? —Agatha siempre había encontrado gracioso el tic que muchas personas tenían de alzar las cejas de incredulidad. Asintió levemente — Ya veo. Bueno, no tengo muy claro si las fuerzas en las que los egipcios creían son reales o no, pero siguiendo sus huellas, encontrarán a su secta. Por mi parte, haré todo lo posible por identificar el ritual y ayudarles. Ahora, si me disculpan, tengo que cerrar la biblioteca. Contactaré con usted en cuanto tenga algo, inspector.

martes, 29 de abril de 2014

Las puertas de Samhain - CAPÍTULO 3. LA HIJA DE LA DIOSA

“And above all, watch with glittering eyes the whole world around you because the greatest secrets are always hidden in the most unlikely places. Those who don't believe in magic will never find it.”
«Ante todo, observa con ojos relucientes el mundo que te rodea, porque los mejores secretos siempre se esconden en los lugares más insospechados. Aquellos que no creen en la magia nunca la encontrarán.»

  Roald Dahl


o tendría que estar allí. Un extraño impulso le había llevado hasta Bishopsgate, pero ahora que podía pensar en frío, todo le parecía una locura. No la iban a creer. Entre aquella gente predominaba la fría lógica, y lo místico no tenía cabida en su mundo personal. La tomarían por una lunática. ¡Ja! ¡Una lunática! ¿Acaso no lo era?

Agatha se rió de su propio chiste. Todavía estaba a tiempo de salir de la comisaría de policía y mantener su dignidad. Se inclinó hacia delante en la dirección que había tomado el policía que la había atendido. En aquel pasillo solo había dos puertas. ¿Pero cuál había atravesado ese hombre? No la había tomado muy en serio, y eso a pesar de que no había encontrado el valor para decirle la verdad. ¿Tendría más suerte con el inspector? No lo tenía muy claro.

— ¿La señora Woodlands? ¿Agatha Woodlands?

— Eh, sí —idiota, pensó, ¿cómo iba a recibirte el inspector? Por lo menos su ayudante parecía agradable… y guapo. ¡Agatha, concéntrate!—. Soy yo.

— Soy el inspector Richard Rowland, y este es el agente Warren MacAvoy. Si tiene la amabilidad de acompañarme a mi despacho…

— Claro—¡Vaya!—, inspector.

Por alguna razón, creyó haberse equivocado de habitación al entrar por la puerta que el inspector Rowland le había abierto. Esperaba encontrar una habitación fría y poco iluminada, con un aire a Los intocables de Elliot Ness, pero en su lugar, entró en una luminosa habitación algo revuelta que destilaba vida por sí misma. Tres de las cuatro paredes de la habitación estaban decoradas con cuadros con fotografías de ciudades de todo el mundo. La única que incumplía esta regla mostraba un gran mapa de Londres y varias pizarras blancas en las que habían colocado las fotos de cuatro mujeres y varios informes.

— Siéntese, por favor.

Richard Rowland se sentó frente a ella; el agente MacAvoy tomó sitio a su lado, entre el inspector y ella, con un cuadernillo en sus rodillas. Una vez instalados cada uno en su sitio se produjo un silencio incómodo que el joven inspector se aventuró a romper.

— ¿Y bien?

— ¿Perdón?

— Señora Woodlands, le dijo al agente Rogers que disponía de información importante sobre el caso, que había visto al asesino. ¿Dónde fue? ¿Y cómo pudo identificarlo?

Querida Madre, dame fuerzas. ¿Cómo se lo digo?

— Verá, yo… le vi matar a una de las jóvenes del corcho —dijo señalando hacia las fotografías—, la rubia del pelo rizado.

¡Ay! Los dos policías pegaron un pequeño brinco en sus respectivas sillas y miraron a la joven con ojos como platos. Agatha, lo has dicho. Ya no puedes echarte atrás.

— ¿Vio al asesino matar a una de las víctimas? ¿Usted estuvo presente durante uno de esos asesinatos?

— Sí, vi al asesino. Vi como mataba a esa mujer —declaró con un suspiro—. Lo vi en un sueño.

¡Maldita la hora en que se te ocurrió entrar en la comisaría! Los dos policías se miraron sorprendidos antes de recuperar la compostura. Había decepcionado a aquellos hombres. Esperaban a un testigo casual escondido entre las sombras y en su lugar tenían delante a una joven que pretendía burlarse de ellos.

— ¿Un sueño ha dicho? Pero, ¿cómo…?

— Soñé con una figura encapuchada… se acercó a la muchacha y la dejó inconsciente. Fue en ese momento cuando se quitó la capucha mostrando al Dios Chacal —las palabras le salían a borbotones a la joven en un instintivo intento por defenderse—. Sacó un cuchillo ceremonial con el que abrió a la joven y…

— Ya, y no pudo ver la placa en el collar del per… ¡Ay! —un codazo por parte de su superior impidió al agente continuar la broma— Señora, mire…

— Le agradecemos su colaboración, pero no podemos seguir con la declaración —dijo el inspector levantándose y abriéndole cortésmente la puerta del despacho— Si nos disculpa, tenemos un compromiso que atender dentro de unos minutos.

— Pero… yo, inspector…

— Si no le supone ninguna molestia, continuaremos con esta conversación en otro momento…

— Escuche, ese hombre no es Jack el Destripador, como afirma la prensa. Con su cuchillo ceremonial extrajo minuciosamente los órganos de la joven hasta dar con el estómago y…

— ¿Cómo ha dicho? —El inspector Rowland casi había cerrado la puerta de su despacho detrás de él cuando Agatha hizo aquella revelación —Warren espéranos fuera.

El inspector volvió a introducirla en su despacho y cerró la puerta sin que al agente le diese tiempo para rechistar. Fue entonces cuando Agatha se encontró con esa mirada de ave rapaz traspasando hasta la última fibra de su ser, llegando hasta lo más profundo de su alma. Estaban a escasos centímetros el uno del otro, por lo que no le supuso ningún problema oír su susurro.

— ¿Quién le ha filtrado información?

— Inspector, nadie…

— ¿Quién le ha filtrado esa información?

— ¡Nadie! Lo vi en mi sueño.

Aquellos ojos grises le siguieron taladrando a pesar de que el joven le había dado la espalda para volver a su asiento. Una vez instalado, le hizo un signo para que se sentara. La joven no pudo evitar rehuir su furiosa mirada. Al cabo de unos segundos, que se le hicieron eternos, el policía volvió a hablar. Por aquel tono sosegado y lleno de autoridad que empleó a continuación, Agatha tuvo claro que esta vez la escucharía hasta el final.

— La foto que ha señalado, ¿es la de la joven que vio en su sueño?

— Sí, la joven rubia con el pelo rizado.

— ¿La vio defenderse de su agresor?

— No pudo. Lo confundió con un cliente. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca de la joven le lanzó unos polvos a la cara con los que la dejó inconsciente.

— ¿Y vio cómo ese hombre con la cara de un chacal le extraía un órgano?

— En realidad era una máscara ritual que simboliza a Anubis, el Dios Chacal, el dios egipcio del pasaje al Otro Lado. Ese hombre enmascarado le extrajo varios órganos hasta dar con el estómago. Fue entonces cuando colocó el órgano en un contenedor hermético y degolló a su víctima.

Volvió a instaurarse un silencio sepulcral en la habitación. La mirada del policía había perdido parte de su dureza, y la joven wiccana encontró fuerzas para volver a mirarle a los ojos.

— Fue esta madrugada cuando nos informaron del descubrimiento del cadáver de la joven rubia. ¿Cuándo soñó con ello, señora Woodlands?

— La primera vez fue durante la Luna de cosecha. Desde entonces no ha habido noche en que no se volviese a reproducir ese eco.

— ¿La Luna de cosecha? ¿A qué se refiere?

— Es el nombre que damos a una luna llena especial, la luna llena del mes de octubre. Es la luna más grande y brillante de todo el año, al ser la primera luna llena tras el equinoccio de otoño. Está llena de simbolismos. Este año ha caído en la noche del 1 al 2 de este mes.

— Fue esa madrugada cuando se produjeron los tres primeros asesinatos. La noticia me llegó a la mañana siguiente. Descubrimos el cuarto cadáver anoche, y según el informe que me pasaron justo antes de su llegada, su asesinato se produjo en la misma fecha. ¿Pertenece usted a algún… círculo especial?

—A una religión especial Soy wiccana —dijo con una media sonrisa. Al ver la incomprensión de su interlocutor, decidió explicarse—. Somos descendientes de la religión celta. Veneramos a la naturaleza y a sus creadores, la Diosa Madre y el Dios Cornudo.

— Dijo que el asesinato se llevó a cabo mediante algún tipo de ritual. ¿Le resultaba familiar? ¿Ha oído de alguien que lo practique?

— No, no creo que se trate de un ritual en sí.

— Pero usted reconoció una máscara y un cuchillo ceremonial.

— Sí, eso sí. Pero lo que intento decirle es que no creo que se trate de un asesinato ritual, sino de un asesinato implicado en un ritual.

— No le sigo. ¿Cuál es la diferencia?

— Mi aquelarre aborrece tales actos, pero sé de otros grupos minoristas que los practican. En un asesinato ritual, la finalidad es el asesinato, o lo que el ritualista consigue con tan innoble acción. El sacerdote tiene, por lo tanto, unos patrones muy definidos y de los que no puede salirse, al igual que tampoco debe añadir elementos externos. Toda intromisión supondría la invalidez del ritual… o la intromisión de fuerzas no deseadas.

El joven inspector, que había ido tomando nota de toda la información proporcionada por su interlocutora, se tomó por fin un respiro para reflexionar.

— Entonces, si lo he entendido bien, un verdadero practicante nunca habría encubierto el ritual con los patrones atribuidos a Jack el Destripador. Fuesen cuales fuesen las consecuencias.

— En efecto. Habría buscado alguna forma de ocultar el cadáver o deshacerse de él, pero siempre después del ritual, y sin volver a infligir más daño al cuerpo.

— El asesinato, por lo tanto, forma parte de un proceso previo a un ritual, según su razonamiento.
— Sí, y por la invocación del Dios Anubis por parte del ritualista, me inclinaría a pensar en algún ritual practicado por alguna secta del Antiguo Egipto.

— ¿Una secta?

— No conozco mucho la religión egipcia, pero sí sé que sentían un gran respeto por los muertos y por la otra vida. Además, eran muy supersticiosos. Ningún sacerdote se habría aventurado a profanar el recipiente de un alma humana a menos que estuviese dispuesto a abrirse a la oscuridad, a menos que buscase algo en las Tinieblas. Además…

— ¿Sí?

— El ritualista, o alguien que trabaja con él, abrió una puerta hacia la oscuridad esa noche, estoy segura.

— ¿Cómo lo sabe?

— ¿Vio usted la luna llena de esa noche? ¿La Luna de cosecha?

— Sí, salí tarde de trabajar y he de reconocer que… en fin, me perturbó.

— Como ya le dije, la Luna de cosecha es una luna llena de magia. Es la luna que inicia el mes celta de Samonios, el mes en el que el Dios va debilitándose hasta su muerte en la siguiente luna llena, la Luna del Cazador. En este mes el velo que separa el mundo de los vivos y el mundo de los muertos es mucho más fino. Es entonces cuando comienza la estación sombría, en la que la muerte toca nuestro mundo. Más tarde, en Yule, el solsticio de invierno, la Diosa le devuelve a la vida, e irá restableciéndose poco a poco hasta su completa recuperación en Imbolc, en febrero, dando inicio a la primavera. La luna llena es la máxima expresión de la Diosa Madre. En esas noches ella nos ofrece su máxima protección, pero temo que alguien haya aprovechado el poder de esa luna para rasgar el velo que separa los dos mundos y así acceder a algún poder oscuro de las Tinieblas.

— Entonces… ¿alguien cree haber rasgado ese velo obteniendo esos órganos?

— No. Aunque un asesinato es un acto lo suficientemente macabro como para crear una conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos, por suerte se necesita mucho más para abrir un camino entre ambos. Llevo tres días dándole vueltas y creo que tanto el rasguño en el velo como la recolección de esos elementos son los pasos previos a algún ritual oscuro.

Recolección. ¿La Luna de cosecha ha dado algún significado especial a esos órganos?

— En efecto. Los wiccanos creemos que esta luna da una fuerza especial a las hierbas y productos de cosecha que recogemos esa noche. Sería lógico pensar que otros la tengan también en cuenta para obtener partes o sustancias de seres vivos para sus rituales.

— Órganos humanos como parte de un ritual oscuro —el inspector se llevó las manos en la cara y permaneció apoyado en la mesa en esta posición durante un tiempo.

— Sé que lo que acabo de contar le parecerá pura fantasía y superstición, pero…

— Pero lo mire como lo mire, forma parte de las creencias de esa secta responsable de los asesinatos. ¿Qué haría usted?

— Investigar la mitología y las creencias egipcias, sobre todo los elementos propios del paso a la Otra Vida, el ámbito de Anubis.

— Bien. ¿Tiene… planes para esta tarde? —el inspector se sonrojó al darse cuenta de la posible malinterpretación de su pregunta— Quiero decir… le preguntaba si le importaría acompañarme esta tarde al British para buscar esos elementos del paso a la Otra Vida. Tengo el convencimiento de que usted sabrá mucho mejor que yo qué buscar.

— Será todo un placer —respondió la joven wiccana con una sonrisa.