jueves, 5 de junio de 2014

Las puertas de Samhain - CAPÍTULO 4. UNA TARDE EN EL BRITISH

“That is not dead which can eternal lie
And with strange aeons even Death may die.”
«No está muerto lo que puede yacer eternamente,
y con el paso de los eones, incluso la Muerte puede morir.»
H. P. Lovecraft




n ritual de magia negra. Esto era lo último con lo que Richard esperaba encontrarse, y sin embargo, tenía sentido. Lo que aún no terminaba de entender era cómo esa mujer conocía los pormenores del crimen. ¿Sueños? Definitivamente no. La magia era sencillamente la explicación que la gente poco instruida o con la imperiosa necesidad de creer en algo superior daba a lo desconocido. Aún así, tenía que reconocer que este tipo de creencias eran muy fuertes, y el hecho de que alguien se basase en ellas para premeditar y perpetrar varios asesinatos no hacía sino empeorar la situación. Los criminales que justificaban sus actos con creencias religiosas o filosóficas eran los más peligrosos.

           Esa extraña mujer aseguraba desconocer las intenciones de esa supuesta secta, pero tal vez su pertenencia a uno de esos grupos místicos le ayudase a encajar las piezas que para él no tenían sentido. Sus ojos habían delatado un terror genuino, y su predisposición a colaborar parecía verdadera. Esa misma tarde descubriría si había hecho bien o no citándola en el museo… Unos golpecitos en la puerta le devolvieron a la realidad, y pudo ver a su viejo amigo asomado.


— Mi primo acaba de hablar con su colega del departamento de antigüedades egipcias. Te recibirá esta tarde. ¿Qué ha sido lo de antes? Reconozco que tal vez me pasé con aquel comentario, pero…

— ¿Tal vez? No podemos reírnos de las declaraciones de los testigos, Warren, por muy absurdas que nos parezcan. —ante la cara de arrepentimiento y vergüenza de su amigo, no echó más leña al fuego— Sin embargo, si te pedí que te fueses fue por otro motivo: temía que hubiese habido una filtración.

— ¿Una filtración? Cuéntamelo todo.

Warren MacAvoy entró en el despacho, y durante los siguientes veinte minutos, el inspector de policía le relató la entrevista con aquella mujer y las impresiones que le había dejado. Le relajó comprobar que su compañero, aún más escéptico que él respecto a estos temas, compartía su punto de vista y la necesidad de probar hasta qué punto esa mujer podía ser de ayuda.

— No sé, Richard, esto empieza a ser un poco escalofriante. ¿Un ritual oscuro? ¿Y no te dijo qué tipo de ritual?

— No. En su grupo no realizan estas prácticas, están en contra de ellas. Sin embargo, tengo la esperanza de que las pistas del asesino lleguen a tener algún sentido. Ella mencionó a un dios egipcio de la muerte. Tal vez esto tenga que ver con alguna práctica antigua, y si es así, necesitaremos a un especialista, a un egiptólogo.

— ¿Te dijo si pensaba que se fuesen a cometer más asesinatos?

— Según ella en este mes las cosechas, las recolecciones, adquirían una fuerza especial, aunque al parecer, el punto más fuerte lo alcanzó en la madrugada del 1 al 2.

— ¿Y eso qué significa? ¿No habrá más asesinatos?

— No habrá más asesinatos de este tipo.
***

Nunca antes había hecho nada parecido. No sabía por qué había accedido. Bueno, en realidad sí lo sabía. Le gustaba ese hombre. Era la primera vez que alguien la tomaba en serio. O al menos en parte. Tenía perfectamente claro que el inspector no creía en el poder de la Diosa, pero al menos la había escuchado y la había creído cuando le dijo que había visto el asesinato. ¡Y ahora buscaba su ayuda! ¡Confiaba en su criterio! ¡Quería que le ayudase a resolver el caso! Mientras subía las escaleras de la entrada del British Museum, Agatha sentía que volaba entre las nubes.

La entrada la dejó impresionada. Aquel enorme hall blanco era el preludio de los grandiosos tesoros que allí se guardaban. Maravillada, recorrió el espacio hasta el mostrador de información. Allí un guardia de seguridad uniformado le indicó que el inspector Rowland aún no había llegado. Era lógico. Había llegado veinte minutos antes. Cogió un folleto del mostrador y se dirigió a los asientos que se encontraban frente al mostrador esperando matar el tiempo con un poco de lectura. Siempre le había fascinado el museo con sus vestigios de la cultura egipcia, griega, romana, celta, vikinga… el antiguo saber reunido en un conjunto monumental. Por supuesto, también había tesoros de épocas más actuales, aunque no conseguían atraerla de la misma forma. En esa misma planta, en el edificio oeste, estaban parte de las reliquias de Asiria y de Grecia. Tal vez pudiese admirar el magnífico Partenón antes de encontrarse con el policía, siempre le había sobrecogido su majestuosidad y latente poder…

— ¿Señora Woodlands?

Agatha dio un respingo en el asiento. Había estado tan enfrascada en el plano de la planta baja que no les había sentido acercarse. El inspector Rowland estaba allí delante, a unos pocos pasos de ella, con el otro agente presente en la declaración pegado a su espalda. Sintió como el rubor le subía a las mejillas, consciente de la estúpida imagen que debía de haberles dado a aquellos hombres.

— Han llegado pronto.

— Usted también —dijo el policía con una media sonrisa—. Supongo que recordará al agente Warren MacAvoy; nos acompañó en el despacho durante la primera parte de su declaración.

— Por supuesto, buenas tardes.

— Bu-buenas tardes. —Agatha creyó percibir cómo las orejas del joven policía se habían puesto repentinamente rojas. El contacto visual duró apenas unos segundos, hasta que él desvió la vista hacia un grupo que pasaba por su lado. ¡Vaya!

— Mi compañero nos ha conseguido una entrevista con un experto en antigüedades egipcias del museo. Nos está esperando en el Centro de Investigación. ¿Nos ponemos en marcha?

— Por supuesto.

El inspector lideró la pequeña comitiva a través del museo. Atravesando el hall principal, llegaron a la Welcome Trust Gallery, una galería dedicada al misticismo y a la relación del hombre con los animales y con los espíritus. La joven wiccana tuvo que hacer un gran esfuerzo para seguir a aquel hombre y no desviar su atención hacia algunos de los objetos allí expuestos, en especial hacia una calavera de cristal azteca. Las cuencas parecían desprender una luz especial con aquella iluminación. Nada más atravesar la sala, giraron a la izquierda y se encontraron con la Biblioteca Antropológica y Centro de Investigación. A sus puertas, se encontraba un hombre de mediana edad con aspecto cansado que les hizo una seña con la mano en cuanto les vio acercarse.

— El inspector Rowland, supongo, y el primo de Rick. ¿Cómo están? —tras estrechar la mano con ambos, se volvió hacia la joven.— No sabía que vendrían acompañados. Soy el doctor Ewan Garroway, del departamento del Antiguo Egipto. Un placer.

— El placer es mío. Agatha Woodlands.

— Bien. Lo he arreglado todo para que cerrasen un poco antes la biblioteca y así pudiésemos estar más tranquilos… Después de ustedes —mientras se dirigía hacia una de las mesas que disponía de ordenador, el egiptólogo les fue hablando sobre el histórico edificio en el que entraban—. La biblioteca es del siglo XIX. En ella podemos encontrar toda clase de documentación relacionada con la antropología y la arqueología, desde libros y periódicos hasta microfilms y mapas. Sin embargo, lo que creo que nos resultará más provechoso de la sala es el acceso a las copias digitales de las colecciones y al Anthropological Index Online, un fichero en el que encontraremos más de 700 publicaciones sobre antropología… Ustedes dirán, ¿qué están buscando?

— ¿Señora Woodlands?

— ¿Inspector?

— ¿Sería tan amable de describirle al doctor Garroway el ritual que nos ocupa? Creo que usted podrá ser más precisa.

— Por supuesto. —recorrió con los dedos las líneas de las vetas de la mesa de madera mientras ponía en orden sus pensamientos y decidía por dónde empezar. — Bueno, buscamos información acerca de un ritual. Todo parece indicar que se trata de una práctica del Antiguo Egipto.

A continuación, la wiccana le describió su sueño todo lo minuciosamente que pudo, y cuando terminó, Richard Rowland la relevó recalcando el informe forense y los pormenores de la escena del crimen. Para cuando ambos hubieron terminado, el egiptólogo estaba pálido, y el dolor que reflejaban sus ojos le hizo parecer más viejo. Sin mediar palabra, se dirigió a un armario situado en una esquina y se puso a revolver en el. Al cabo unos minutos, volvió con un mapa en las manos. Cuando lo desplegó sobre la mesa, pudieron ver que se trataba de un mapa de Whitechapel.

— Norte, Sur — el egiptólogo fue marcando con unos clips que había en la mesa los lugares en los que la policía había encontrado a las víctimas—, Este y Oeste. No sé si se habían percatado de esto. Corríjanme si me equivoco… Al Norte se encontró la joven de los pulmones, al Sur, la joven del hígado, al Este, la del estómago y al Oeste la de los intestinos.

— ¿Cómo lo ha sabido?

— Estaban en lo cierto, hay un ritual egipcio de por medio —tras un triste suspiro, se quitó las gafas, se las limpió con un pañuelo que se sacó del bolsillo de su camisa y volvió a ponérselas—. Cuando un faraón moría, los sacerdotes preservaban su cuerpo de forma que pudiese volver a albergar su alma en el Más Allá, lo momificaban. Mediante diversos rituales, lavaban el cuerpo con natrón y lo embalsamaban, repitiendo las fórmulas mágicas y los pasos con los que que el dios Anubis devolvió a la vida al dios Osiris. Retiraban con un cuidado extremo las vísceras del cuerpo, dejando exclusivamente los riñones y el corazón, el habitáculo del alma. A continuación, limpiaban los órganos y los introducían en unos vasos herméticos con la forma de los hijos de Horus, el dios que personificaba el faraón. Mirando al Oeste, colocaban el vaso canope del dios halcón Kebeshenuef, quien custodiaba los intestinos bajo la magia de la diosa Isis; al Norte, el del dios babuino Hapi, para guardar los pulmones con la ayuda de la diosa Neftis, al Sur el del dios humanoide Amset, custodio junto con la diosa Selkis del hígado y, por último, al Este, el vaso del dios chacal Duamutef, quien estaba encargado junto con la diosa Neit de la protección del estómago. Los egipcios eran muy supersticiosos, y se tomaban muy en serio la perfecta ejecución de estos pasos para la postergación del cuerpo de su faraón, de forma que el alma pudiese encontrarlo después de ser juzgada.

Se hizo el silencio en la biblioteca ante la confirmación de la catástrofe que los tres tanto temían. Un asesinato ritual y, por si fuera poco, uno relacionado con la muerte. Agatha sentía que no podía respirar…  

            — Pero, si según esas creencias, se necesitan todos los órganos para revivir un cuerpo —empezó el inspector, intentando llenar las lagunas en la investigación—, ¿por qué extraer sólo un órgano de cada víctima y dejarlas ahí abandonadas?

— Porque era todo lo que les era útil de ellas —dijo Agatha—, recolectaron lo que necesitaban de ellas.

— ¿No habría sido más fácil obtener los cuatro órganos de la misma víctima?

— Escogieron una víctima en cada uno de los puntos cardinales, y tras la explicación del doctor, creo poder decir que lo que pretendían con ello era invocar la magia protectora de cada una de esos dioses.

— Escalofriante. Bueno, tenemos por fin el móvil de los asesinatos: obtener los elementos necesarios para un ritual de momificación — recapituló Richard Rowland—. ¿Debemos suponer que quieren enterrar a alguien según el antiguo ritual? Pero, ¿a quién? ¿y por qué con órganos ajenos? 

— No… no es un ritual de momificación. No se habrían tomado tantas molestias dando a los órganos la fuerza de la Luna de cosecha de tratarse exclusivamente de una momificación. Creo que… intentan reproducir el ritual primigenio de Anubis, revivir a alguien. En cuanto a quién querrían traer de vuelta… sin duda a alguien importante. Abrir este tipo de puertas tiene sus riesgos, y sus consecuencias. 

— Estoy completamente de acuerdo. Quien quiera que esté detrás de todo esto, cree firmemente en la mitología egipcia, y debe de conocer los peligros del Duat.

            — ¿El Duat?

            — El Más Allá de los egipcios, la Morada de los Dioses. Allí es donde iban las almas de los difuntos. Gracias a los conjuros y a la guía de los sacerdotes que oficiaban el funeral, el alma del muerto tenía más posibilidades de atravesar las diversas puertas de entrada, custodiadas por peligrosos espíritus, y de llegar a la sala del Juicio. Allí su corazón sería pesado en una balanza, con una pluma como contrapeso. De ser hallado puro de corazón, el difunto moraría con los dioses durante toda la eternidad, pero en caso contrario, el demonio Ammit devoraría su alma.

            — Todas las religiones conocen los peligros del Otro Lado. Siempre ha habido personas con una sensibilidad o educación especial para percibirlos —dijo Agatha—. Pero por desgracia, también los hay que desoyen las advertencias de la naturaleza e ignoran las barreras que nos protegen. Supongo que alguien con los conocimientos suficientes de magia negra podría contactar con los guardianes del otro lado para obtener su beneplácito para sus propósitos oscuros.

            — ¿Es usted… ocultista? —Agatha siempre había encontrado gracioso el tic que muchas personas tenían de alzar las cejas de incredulidad. Asintió levemente — Ya veo. Bueno, no tengo muy claro si las fuerzas en las que los egipcios creían son reales o no, pero siguiendo sus huellas, encontrarán a su secta. Por mi parte, haré todo lo posible por identificar el ritual y ayudarles. Ahora, si me disculpan, tengo que cerrar la biblioteca. Contactaré con usted en cuanto tenga algo, inspector.




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