“That is not dead which can
eternal lie
And with strange aeons even Death may die.”
«No está muerto lo que puede yacer eternamente,
y con el
paso de los eones, incluso la Muerte puede morir.»
H. P. Lovecraft
n ritual de magia negra. Esto era
lo último con lo que Richard esperaba encontrarse, y sin embargo, tenía
sentido. Lo que aún no terminaba de entender era cómo esa mujer conocía los
pormenores del crimen. ¿Sueños? Definitivamente no. La magia era sencillamente
la explicación que la gente poco instruida o con la imperiosa necesidad de
creer en algo superior daba a lo desconocido. Aún así, tenía que reconocer que
este tipo de creencias eran muy fuertes, y el hecho de que alguien se basase en
ellas para premeditar y perpetrar varios asesinatos no hacía sino empeorar la
situación. Los criminales que justificaban sus actos con creencias religiosas o
filosóficas eran los más peligrosos.
Esa extraña mujer aseguraba desconocer las intenciones de esa supuesta
secta, pero tal vez su pertenencia a uno de esos grupos místicos le ayudase a
encajar las piezas que para él no tenían sentido. Sus ojos habían delatado un
terror genuino, y su predisposición a colaborar parecía verdadera. Esa misma
tarde descubriría si había hecho bien o no citándola en el museo… Unos
golpecitos en la puerta le devolvieron a la realidad, y pudo ver a su viejo
amigo asomado.
— No… no es un ritual de momificación.
No se habrían tomado tantas molestias dando a los órganos la fuerza de la Luna
de cosecha de tratarse exclusivamente de una momificación. Creo que… intentan
reproducir el ritual primigenio de Anubis, revivir a alguien. En cuanto a quién
querrían traer de vuelta… sin duda a alguien importante. Abrir este tipo de
puertas tiene sus riesgos, y sus consecuencias.
— Mi primo acaba de hablar con su colega
del departamento de antigüedades egipcias. Te recibirá esta tarde. ¿Qué ha sido
lo de antes? Reconozco que tal vez me pasé con aquel comentario, pero…
— ¿Tal vez? No podemos reírnos de las
declaraciones de los testigos, Warren, por muy absurdas que nos parezcan. —ante
la cara de arrepentimiento y vergüenza de su amigo, no echó más leña al fuego— Sin
embargo, si te pedí que te fueses fue por otro motivo: temía que hubiese habido
una filtración.
— ¿Una filtración? Cuéntamelo todo.
Warren MacAvoy entró en el despacho, y
durante los siguientes veinte minutos, el inspector de policía le relató la
entrevista con aquella mujer y las impresiones que le había dejado. Le relajó
comprobar que su compañero, aún más escéptico que él respecto a estos temas,
compartía su punto de vista y la necesidad de probar hasta qué punto esa mujer
podía ser de ayuda.
— No sé, Richard, esto empieza a ser un
poco escalofriante. ¿Un ritual oscuro? ¿Y no te dijo qué tipo de ritual?
— No. En su grupo no realizan estas prácticas,
están en contra de ellas. Sin embargo, tengo la esperanza de que las pistas del
asesino lleguen a tener algún sentido. Ella mencionó a un dios egipcio de la
muerte. Tal vez esto tenga que ver con alguna práctica antigua, y si es así,
necesitaremos a un especialista, a un egiptólogo.
— ¿Te dijo si pensaba que se fuesen a
cometer más asesinatos?
— Según ella en este mes las cosechas,
las recolecciones, adquirían una fuerza especial, aunque al parecer, el punto
más fuerte lo alcanzó en la madrugada del 1 al 2.
— ¿Y eso qué significa? ¿No habrá más
asesinatos?
— No habrá más asesinatos de este tipo.
***
Nunca antes había hecho nada parecido. No
sabía por qué había accedido. Bueno, en realidad sí lo sabía. Le gustaba ese
hombre. Era la primera vez que alguien la tomaba en serio. O al menos en parte.
Tenía perfectamente claro que el inspector no creía en el poder de la Diosa,
pero al menos la había escuchado y la había creído cuando le dijo que había
visto el asesinato. ¡Y ahora buscaba su ayuda! ¡Confiaba en su criterio!
¡Quería que le ayudase a resolver el caso! Mientras subía las escaleras de la
entrada del British Museum, Agatha sentía que volaba entre las nubes.
La entrada la dejó impresionada. Aquel
enorme hall blanco era el preludio de los grandiosos tesoros que allí se
guardaban. Maravillada, recorrió el espacio hasta el mostrador de información.
Allí un guardia de seguridad uniformado le indicó que el inspector Rowland aún
no había llegado. Era lógico. Había llegado veinte minutos antes. Cogió un folleto del
mostrador y se dirigió a los asientos que se encontraban frente al mostrador
esperando matar el tiempo con un poco de lectura. Siempre le había fascinado el
museo con sus vestigios de la cultura egipcia, griega, romana, celta, vikinga…
el antiguo saber reunido en un conjunto monumental. Por supuesto, también había
tesoros de épocas más actuales, aunque no conseguían atraerla de la misma
forma. En esa misma planta, en el edificio oeste, estaban parte de las
reliquias de Asiria y de Grecia. Tal vez pudiese admirar el magnífico Partenón
antes de encontrarse con el policía, siempre le había sobrecogido su
majestuosidad y latente poder…
— ¿Señora Woodlands?
Agatha dio un respingo en el asiento.
Había estado tan enfrascada en el plano de la planta baja que no les había
sentido acercarse. El inspector Rowland estaba allí delante, a unos pocos pasos
de ella, con el otro agente presente en la declaración pegado a su espalda.
Sintió como el rubor le subía a las mejillas, consciente de la estúpida imagen
que debía de haberles dado a aquellos hombres.
— Han llegado pronto.
— Usted también —dijo el policía con una
media sonrisa—. Supongo que recordará al agente Warren MacAvoy; nos acompañó en
el despacho durante la primera parte de su declaración.
— Por supuesto, buenas tardes.
— Bu-buenas tardes. —Agatha creyó
percibir cómo las orejas del joven policía se habían puesto repentinamente
rojas. El contacto visual duró apenas unos segundos, hasta que él desvió la
vista hacia un grupo que pasaba por su lado. ¡Vaya!
— Mi compañero nos ha conseguido una
entrevista con un experto en antigüedades egipcias del museo. Nos está
esperando en el Centro de Investigación. ¿Nos ponemos en marcha?
— Por supuesto.
El inspector lideró la pequeña comitiva
a través del museo. Atravesando el hall principal, llegaron a la Welcome Trust
Gallery, una galería dedicada al misticismo y a la relación del hombre con los
animales y con los espíritus. La joven wiccana tuvo que hacer un gran esfuerzo
para seguir a aquel hombre y no desviar su atención hacia algunos de los
objetos allí expuestos, en especial hacia una calavera de cristal azteca. Las
cuencas parecían desprender una luz especial con aquella iluminación. Nada más
atravesar la sala, giraron a la izquierda y se encontraron con la Biblioteca
Antropológica y Centro de Investigación. A sus puertas, se encontraba un hombre
de mediana edad con aspecto cansado que les hizo una seña con la mano en cuanto
les vio acercarse.
— El inspector Rowland, supongo, y el
primo de Rick. ¿Cómo están? —tras estrechar la mano con ambos, se volvió hacia
la joven.— No sabía que vendrían acompañados. Soy el doctor Ewan Garroway, del
departamento del Antiguo Egipto. Un placer.
— El placer es mío. Agatha Woodlands.
— Bien. Lo he arreglado todo para que
cerrasen un poco antes la biblioteca y así pudiésemos estar más tranquilos…
Después de ustedes —mientras se dirigía hacia una de las mesas que disponía de
ordenador, el egiptólogo les fue hablando sobre el histórico edificio en el que
entraban—. La biblioteca es del siglo XIX. En ella podemos encontrar toda clase
de documentación relacionada con la antropología y la arqueología, desde libros
y periódicos hasta microfilms y mapas. Sin embargo, lo que creo que nos
resultará más provechoso de la sala es el acceso a las copias digitales de las
colecciones y al Anthropological Index Online, un fichero en el que
encontraremos más de 700 publicaciones sobre antropología… Ustedes dirán, ¿qué
están buscando?
— ¿Señora Woodlands?
— ¿Inspector?
— ¿Sería tan amable de describirle al
doctor Garroway el ritual que nos ocupa? Creo que usted podrá ser más precisa.
— Por supuesto. —recorrió con los dedos
las líneas de las vetas de la mesa de madera mientras ponía en orden sus
pensamientos y decidía por dónde empezar. — Bueno, buscamos información acerca
de un ritual. Todo parece indicar que se trata de una práctica del Antiguo
Egipto.
A continuación, la wiccana le describió
su sueño todo lo minuciosamente que pudo, y cuando terminó, Richard Rowland la
relevó recalcando el informe forense y los pormenores de la escena del crimen.
Para cuando ambos hubieron terminado, el egiptólogo estaba pálido, y el dolor
que reflejaban sus ojos le hizo parecer más viejo. Sin mediar palabra, se
dirigió a un armario situado en una esquina y se puso a revolver en el. Al cabo
unos minutos, volvió con un mapa en las manos. Cuando lo desplegó sobre la
mesa, pudieron ver que se trataba de un mapa de Whitechapel.
— Norte, Sur — el egiptólogo fue
marcando con unos clips que había en la mesa los lugares en los que la policía
había encontrado a las víctimas—, Este y Oeste. No sé si se habían percatado de
esto. Corríjanme si me equivoco… Al Norte se encontró la joven de los pulmones,
al Sur, la joven del hígado, al Este, la del estómago y al Oeste la de los
intestinos.
— ¿Cómo lo ha sabido?
— Estaban en lo cierto, hay un ritual
egipcio de por medio —tras un triste suspiro, se quitó las gafas, se las limpió
con un pañuelo que se sacó del bolsillo de su camisa y volvió a ponérselas—.
Cuando un faraón moría, los sacerdotes preservaban su cuerpo de forma que
pudiese volver a albergar su alma en el Más Allá, lo momificaban. Mediante
diversos rituales, lavaban el cuerpo con natrón y lo embalsamaban, repitiendo
las fórmulas mágicas y los pasos con los que que el dios Anubis devolvió a la
vida al dios Osiris. Retiraban con un cuidado extremo las vísceras del cuerpo,
dejando exclusivamente los riñones y el corazón, el habitáculo del alma. A
continuación, limpiaban los órganos y los introducían en unos vasos herméticos
con la forma de los hijos de Horus, el dios que personificaba el faraón.
Mirando al Oeste, colocaban el vaso canope del dios halcón Kebeshenuef, quien
custodiaba los intestinos bajo la magia de la diosa Isis; al Norte, el del dios
babuino Hapi, para guardar los pulmones con la ayuda de la diosa Neftis, al Sur
el del dios humanoide Amset, custodio junto con la diosa Selkis del hígado y,
por último, al Este, el vaso del dios chacal Duamutef, quien estaba encargado
junto con la diosa Neit de la protección del estómago. Los egipcios eran muy
supersticiosos, y se tomaban muy en serio la perfecta ejecución de estos pasos
para la postergación del cuerpo de su faraón, de forma que el alma pudiese
encontrarlo después de ser juzgada.
Se hizo el silencio en la biblioteca
ante la confirmación de la catástrofe que los tres tanto temían. Un asesinato
ritual y, por si fuera poco, uno relacionado con la muerte. Agatha sentía que
no podía respirar…
— Pero, si según esas
creencias, se necesitan todos los órganos para revivir un cuerpo —empezó el
inspector, intentando llenar las lagunas en la investigación—, ¿por qué extraer
sólo un órgano de cada víctima y dejarlas ahí abandonadas?
— Porque era todo lo que les era útil de
ellas —dijo Agatha—, recolectaron lo que necesitaban de ellas.
— ¿No habría sido más fácil obtener los
cuatro órganos de la misma víctima?
— Escogieron una víctima en cada uno de
los puntos cardinales, y tras la explicación del doctor, creo poder decir que
lo que pretendían con ello era invocar la magia protectora de cada una de esos
dioses.
— Escalofriante. Bueno, tenemos por fin
el móvil de los asesinatos: obtener los elementos necesarios para un ritual de
momificación — recapituló Richard Rowland—. ¿Debemos suponer que quieren
enterrar a alguien según el antiguo ritual? Pero, ¿a quién? ¿y por qué con
órganos ajenos?
— Estoy completamente de acuerdo. Quien
quiera que esté detrás de todo esto, cree firmemente en la mitología egipcia, y
debe de conocer los peligros del Duat.
— ¿El Duat?
— El Más Allá de los
egipcios, la Morada de los Dioses. Allí es donde iban las almas de los
difuntos. Gracias a los conjuros y a la guía de los sacerdotes que oficiaban el
funeral, el alma del muerto tenía más posibilidades de atravesar las diversas
puertas de entrada, custodiadas por peligrosos espíritus, y de llegar a la sala
del Juicio. Allí su corazón sería pesado en una balanza, con una pluma como
contrapeso. De ser hallado puro de corazón, el difunto moraría con los dioses
durante toda la eternidad, pero en caso contrario, el demonio Ammit devoraría
su alma.
— Todas las religiones
conocen los peligros del Otro Lado. Siempre ha habido personas con una
sensibilidad o educación especial para percibirlos —dijo Agatha—. Pero por
desgracia, también los hay que desoyen las advertencias de la naturaleza e
ignoran las barreras que nos protegen. Supongo que alguien con los
conocimientos suficientes de magia negra podría contactar con los guardianes
del otro lado para obtener su beneplácito para sus propósitos oscuros.
— ¿Es usted… ocultista? —Agatha
siempre había encontrado gracioso el tic que muchas personas tenían de alzar
las cejas de incredulidad. Asintió levemente — Ya veo. Bueno, no tengo muy
claro si las fuerzas en las que los egipcios creían son reales o no, pero
siguiendo sus huellas, encontrarán a su secta. Por mi parte, haré todo lo
posible por identificar el ritual y ayudarles. Ahora, si me disculpan, tengo
que cerrar la biblioteca. Contactaré con usted en cuanto tenga algo, inspector.